TRISTE VIDA
Con los ojitos llorosos
y la cola temblorosa,
escondía su frágil cuerpo
detrás de una triste roca,
y como si presintiera
que su vida estaba rota,
el perrito no ladraba,
daba gemidos su boca.
La tortura era su cuna,
y las palizas su alcoba,
y ni un mísero bocado
llegaba ya hasta su boca;
tan solito se sentía
y era tan honda su pena,
que prefería morirse
o seguir en la perrera.
Ese lugar donde un día
con sus huesos fue a parar,
y una niña caprichosa
de allí lo quiso sacar,
para darse el regocijo
de poderlo ajusticiar,
y hacer que su vida fuera
padecimiento y penar.
No se puede consentir
que por un vulgar capricho,
un animal pase a ser
de consentido a olvidado,
maltratado, apaleado,
y tenemos que saber
que siente, sufre y padece,
y que es sin duda el amigo
que nos quiere y nos comprende.
Así, que si no sabemos
darle un poquito de amor
mejor es dejarlo estar,
y cuando llegue el deseo
de tener un animal,
pongámonos a pensar,
si podemos ofrecerle
lo que va a necesitar.
Paulina Simoes López
No hay comentarios:
Publicar un comentario