sábado, 12 de noviembre de 2011

TRISTE VIDA


Con los ojitos llorosos

y la cola temblorosa,

escondía su frágil cuerpo

detrás de una triste roca,

y como si presintiera

que su vida estaba rota,

el perrito no ladraba,

daba gemidos su boca.

La tortura era su cuna,

y las palizas su alcoba,

y ni un mísero bocado

llegaba ya hasta su boca;

tan solito se sentía

y era tan honda su pena,

que prefería morirse

o seguir en la perrera.

Ese lugar donde un día

con sus huesos fue a parar,

y una niña caprichosa

de allí lo quiso sacar,

para darse el regocijo

de poderlo ajusticiar,

y hacer que su vida fuera

padecimiento y penar.

No se puede consentir

que por un vulgar capricho,

un animal pase a ser

de consentido a olvidado,

maltratado, apaleado,

y tenemos que saber

que siente, sufre y padece,

y que es sin duda el amigo

que nos quiere y nos comprende.

Así, que si no sabemos

darle un poquito de amor

mejor es dejarlo estar,

y cuando llegue el deseo

de tener un animal,

pongámonos a pensar,

si podemos ofrecerle

lo que va a necesitar.

Paulina Simoes López

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